jueves, 11 de julio de 2013

Un buen día

Hoy recordé lo que era sentirse bien, ser muy feliz, tener un buen día.

Me desperté como cualquier día. El calor no dejaba que sonara el despertador, mucho antes de que este se pronunciase ahí estaba él, moviendo mi hombro con gotas de sudor para que cese mi sueño y me levante más cansado que como me acosté. El café se había acabado. No había tampoco pan para tostadas. Tan solo un poco de mantequilla y galletas. El agua había quedado fuera de la nevera. 

Cogí lo único que quedaba en mi galán de noche. Una camiseta con olor a sudor y los pantalones rojos, rotos en cualquier sitio, incluso en los imaginables. Guardé mi móvil en el bolso derecho del pantalón porque en el izquierdo, donde siempre va, estaba roto. Abrí la puerta, salí y cerré, dejándome las llaves dentro de casa.

El ascensor no subía. Me tocó bajar los 7 pisos, más entre planta, caminando. Quizá eso no sería tan duro si no estuviera pensando en la vuelta a casa, en que si el ascensor entonces aún no funcionase habría que repetir esa misma jugada pero a la inversa.

En la calle corría una fresca brisa, no era un calor sofocante como el de casa. Por las mañanas en las que no tenía nada que hacer siempre me gustaba dar un paseo. Nada más empezar con la tarea, al doblar la esquina, mis zapatillas se encontraron con un grato regalo de perro. Muy simpático su dueño.

El parque estaba atestado de niños que, ya sin clase, jugaban acompañado de, donde antes era casi todos abuelo, ahora abundaban padres parados. Uno de los niños me quiso regalar su saludo con un balonazo firmado por Nike en la cara. El parque no se quiso quedar atrás, la fuente con la que pretendía lavarme la cara y quitar un poco el dolor estaba sin agua.

Mi paseo continuó sin ningún incidente más a destacar, bueno, quitando que se me cayeron al suelo las gafas de sol y se ralló el cristal y se rompió del todo la patilla que estaba ya agonizando hacía unas semanas.

De vuelta a casa, y después de una llamada para que me esperaran para entrar en casa, tocó visita a mi abuela, la cual no estaba, ni cogía el móvil ni el fijo. Total, que por terceros me enteré que había ido a la finca de mi tío a pasar el día. 

Retrocediendo por el camino más corto me dirigí al kiosco. Hoy me tocaba hacer la comida y, por consiguiente, llevar el pan. El primer kiosco, el de todos los días, estaba cerrado: hoy  empezaban su quincena de vacaciones. Precisamente hoy. A 10 minutos estaba el más cercano. Este no estaba cerrado, pero tenía a tres personas por delante, una de ellas contándole su vida y memorias, a la vez que las de todo el vecindario, a la dependienta, la cual tenía replica y comentarios para cada uno de ellos. Tras casi 20 minutos de regar mis oídos con la vida sentimental, desventuras y "me han dicho" de toda la cristiandad, el papa y cada uno de los monasterios, no tardé mucho en ser atendido. No había barras normales, ni pan de pueblo, ni bagguettes, ni colines, ni tampoco barras rústicas, integrales o de centeno. No quedaba más que un bollicao abandonado tras el ataque de los nietos de los dueños del kiosco. Tocó dirigirse a casa con las manos vacías, la caza no había sido buena.

Como ya debía de haberme imaginado el ascensor no funcionaba y, a casi 40 grados, lo mejor no es subir 8 pisos a las 2 de la tarde. En el 5 piso tocó una grata sorpresa, los hijos de una vecina, recién llegados del parque, no habían tenido bastante con jugar al fútbol antes que ahora utilizaban el ascensor, abierto hasta atrás, de portería. Educando bien a los niños con una grosería que dejaría sorda a cualquier madre por el pitido que debí de provocarle subí al ascensor para acabar con mi sufrimiento. Esperaba que ya hubiese llegado.

- 7ª planta, abriendo puertas.

Siempre contesto a estos bichos, es superior a mí, y más cuando voy estresado. Con un "Gracias maja" despaché al ascensor y caminé hacia la tan ansiada letra de mi puerta. Llamé al timbre. Nada.

Nada.


Nada.


Nada.




Se escucharon pasos.

Abrieron la puerta, una sonrisa y despertó a mi corazón. Sonaba como si llamasen continuamente a la puerta, a mi puerta.

Esos ojos me recibieron como cada vez. Tanto dentro de ellos y tanto por contarme. Entré en casa con un beso y cerré la puerta. Atrás se quedaba lo que había pasado, olvidado. Todo había sido una necesidad para aquel momento. 

Esto es tener un buen día. Un maravilloso y perfecto día.