sábado, 1 de febrero de 2014

La espera

La ventana estaba empañada y mi cara respiraba sobre ella.

Estaba esperando verte llegar. Ver a tus pasos arrastrarse por la esquina después de un largo día de trabajo. Ver como el viento cesaba de empujarte el cabello cuando te metías a cubierto en la brigada de nuestra calle. Verte mirar hacia nuestra ventana esperando ver luz en ella como cada día, luz que te recibía con un cálido abrazo.

Pasaban ya 20 minutos de la hora en la que solías llegar y el vaho me impedía ver más allá de mis nervios.

Recordaba una canción en mi mente. Jugaba imaginariamente a un tres en raya sobre la ventana. Ni el empate que la letra entonaba me salía. Yo perdía conmigo mismo.

Las luces de la calle se empezaron a encender coincidiendo con el apagón crepuscular. Las ventanas de los vecinos estaban hace rato ya iluminadas y, tras las cortinas, siluetas que bailaban al son de esa canción.

Un anciano aparcó sus pasos en un banco  de la calle para atar los cordones de sus zapatos marrones, manchados, cansados. Tras el pequeño trabajo su cabeza se levantó y su mirada coincidió con la mía. Esos ojos tenían algo que me resultaba conocido. A la vez en su boca se encendió una sonrisa, justo en el instante que la farola junto al banco parpadeaba. Esa sonrisa peculiarmente cálida, perfecta, permanente.

Me dí cuenta de todo en ese preciso instante. Todo encajó como una pieza que, recién engrasada, comienza de nuevo a moverse en cualquier máquina. En la ventana pasaron días. Entre el vaho enterré varias de mis vidas. Y en la calle conocida, grisácea y mortecina dejé pasar cada una de las sinfonías que me acompañaron desde tú partida. Me habías dejado hacía tiempo. Un cajón guardó todos tus secretos y yo, allí quieto, me quedé roto, triste y también muerto. Contigo se fueron todos mis sentimientos, solo me quedé como una cáscara marchita, fría y perdida que era ahora sin ti. Aquella esquina nunca sería doblada por ti jamás. El tres en raya siempre quedaría por terminar. Mis días quedarían en vilo. No había sentido en nada.

El cielo estaba ya completamente negro. Bajé mi mirada hacía el banco de nuevo vació. Con mi mano limpié la ventana para ver bien, el vaho no era de gran ayuda cuando tus ojos están censurados por las lágrimas. La luz volvió a temblar iluminando el banco vació, solitario y perdido, como yo.

La ventana estaba de nuevo empañada y mi cara lloraba sobre el cristal. No había más.

Volví a esperar verte llegar. Ver tus pasos arrastrarse por la esquina después de un largo día de trabajo. Esperaba volver a olvidar para tener esperanza en verte de nuevo llegar. El cielo amanecía y el vaho volvió a empañar mi cristal. Estaba esperando verte llegar.