miércoles, 30 de abril de 2008

El ferrocarril de los sueños.

Se deslizaban las nubes lentamente, tapando un sol glorioso del mes de agosto de 1934 en el pequeño pueblo de “Final Feliz”. Los niños nadaban alegres en el riachuelo de aquel pequeño pueblo, los ancianos del lugar, vistiendo sus mejores y raídas ropas estaban en su lugar habitual, conocido como el “mentidero”, donde todo problema tenía arreglo en sus gastadas bocas de esmalte amarillo y olor a tabaco de mascar.



Un pequeño joven, paseaba por la era del lugar, con sus pantalones cortos y su camisa de marinero, heredada de su hermano mayor. En su boca brotaba una espléndida sonrisa provocada por su nuevo juguete, un pequeño tren que su abuelo Moisés le había regalado por su doce cumpleaños, hecho con sus viejas manos, hecho con los restos de una lata de melocotón en almíbar que su madre había utilizado como postre de aquél domingo de un caluroso agosto.


En el suelo dibujó con sus pequeñas manos las vías para su tren de los sueños. Hacía mucho que no tenía un motivo tan bueno para sonreír pero, sin duda, aquel nuevo juguete haría que sus tardes veraniegas se convirtieran en delicias. El tren estaba pintado completamente de rojo, luciendo cuatro ruedas hechas con botones dorados que, su abuelo, había conseguido al imponerse como ganador en una de sus largas partidas en el pequeño bar del pueblo, seguramente la apuesta de algún forastero que, en esa misma época del año, se acercaban al pequeño lugar para vender los restos de las ferias de la capital.


Su tren no dejaba de llevar y dejar pasajeros en todas las estaciones de su arenoso circuito, era una tarde increíblemente divertida para él. Su nombre era Diego, y aquel era él mejor regalo que le habían dado en su corta vida, por encima del típico jersey que su tía Eulalia siempre le regalaba del mismo color que siempre parecía el mismo del anterior cumpleaños pero con arreglos porque él ya había crecido. También superaba a los dos comics que su mamá le había regalado junto a su padre. A él ya no le gustaban demasiado las historias de Tintín, siempre eran iguales, era mejor jugar y crear su propia historia con aquel artilugio metálico que Moisés tantas y tantas mañanas había tardado en construir.


Parecía que su sueño iba a toda marcha por aquella vía de tierra hasta que se fijó en un pequeño destello que salía a del pequeño montón de pipas de girasol que había a menos de dos metros de donde él estaba. Allí había algo que le llamaba la atención cuándo las nubes dejaban brillar al sol de aquella hermosa tarde. Salió de su embelesamiento por el destello y consiguió ponerse en marcha hacía su nuevo destino, en busca de aquel tesoro escondido de aquel objeto que, sin duda, formaría parte de la herencia que él dejaría a sus hijos o que sería expuesto en el museo de la capital.


Dos pequeños gorriones rondaban a las pipas, pero al acercarse Diego salieron volando, aunque no fueron muy lejos del lugar. Su emoción aumentaba al acercarse y contemplar que no dejaba de brillar y brillar. ¡¡Era de plata!! O, al menos, estaba muy bien pintado. Seguro que era plata, sería su gran tesoro, el niño más rico de todo el país. Solo tenía que agacharse y coger aquél objeto sin identificar. Sería famoso en todos los lugares, estaba seguro de ello.


Tras un instante dudando y vigilando de que nadie le viera o que pudiera arrebatarle su gran tesoro se agachó y… ¡Tan solo era un envoltorio de un caramelo! Seguramente estaba allí para que los pájaros no se acercaran. Que desilusión. Aunque… ¡Espera! En aquel papelillo con olor a vainilla había algo escrito. Ponía algo que no conseguía comprender, no se si sería la ilusión o el miedo a llevarse otro mal berrinche… pero allí ponía algo. “A dos minutos del atardecer tus sueños se volverán realidad o profunda tristeza, todo es cuestión de los cuatro pasos que has de dar, piénsalos bien y que sean certeros”


¿Qué tenía que hacer? ¿Aquello era una broma de mal gusto de los otros chicos del pueblo? ¿O era realmente un mapa para encontrar su tesoro?


Miró a su alrededor y vio todo lo que le rodeaba. Justo frente a él se encontraba el pilón donde las vacas bebían agua al comenzar y terminar el día; aquel no era sitio para esconder un tesoro, si era pequeño seguro que las vacas lo beberían o el pastor lo vería y lo guardaría. Tras de sí encontró un árbol seco, en sus ramas no había nada, mas que los pequeños pájaros que salieron volando cuándo él se acercó en busca de su falso tesoro. A su izquierda no había nada, tan solo, a lo lejos, los ancianos del lugar, debatiendo y arreglando el mundo con sus palabras añejas. El tesoro tenía que estar escondido a su izquierda, si, allí tendría que estar. Miró. Allí se encontró un viejo arado tirado en el suelo, en el que las piedras insertadas en la madera ya estaban desgastadas, aunque en su día estaban muy afiladas, capaces de cortar todas las raíces, así se lo había contado su abuelo Moisés. Allí tenía que estar su objetivo. Sin dudarlo ni un solo segundó corrió hacia el arado; pero aun era de día, y si se ponía a levantarlo el solo, ya que sobre él no había nada, captaría la atención de los mayores y seguro que le arrebataban su preciado trofeo fingiendo que era de ellos. Tenía que esperar. Debería tener paciencia y tan solo quedaban unos minutos para que tuviera que ir a cenar a casa. Después de la cena sería su momento, ya sería de casi de noche y los abuelos se acostarían.


Guardó bien el papel en su camisa de marinero para que no se le perdiera por si tenía que descubrir en el más pistas y corrió como un loco por todas las calles del pueblo hasta llegar a su casa. En el jardín encontró a su abuela con su madre, estaban poniendo ya el mantel y le pidieron que fuera a la cocina a por los cubiertos que ya estaban todos esperándole y su padre no tardaría mucho en llegar. Y así fue. Cuando volvió de la cocina con los cubiertos encontró ya a su padre Damián sentado junto a su abuelo, esperando a que la cena estuviera lista para hincarle el diente. En cuestión de segundos apareció su mamá con una gran bandeja.


Durante la cena, cada cinco minutos comprobaba que su mapa estuviera aun dentro de los dominios de su camisa y siempre allí lo encontraba.


Ni esperó a por el postre. Salió lanzado de vuelta a la era. Allí estaba aun dibujada su vía del tren y su tren, que allí lo dejó olvidado. Lo cogió y se encaminó al viejo arado. Se aseguró de que nadie le estaba mirando e intentó levantarlo sin éxito. No podía meter la mano bien por debajo sin que se encontrara una piedra. Buscó un palo a su alrededor y corrió de nuevo hacía allí. Encontró uno bien grande y duro y consiguió elevar el utensilio de labranza. Cuándo estaba levantado lo suficiente lo agarró, lo levantó y lo tiró hacía el otro lado. Sus ojos empezaron a llorar. Allí estaba algo que siempre había soñado. No podía imaginarse que todo aquello fuese real.


Elevó su vidriosa vista y vio que su abuelo se encaminaba hacía él. Le preguntó que había pasado para que no probase la deliciosa tarta de ciruelas de su abuela. No hicieron falta las palabras. Su abuelo siguió la vista embelesada del pequeño y vio lo mismo que había empañado los ojos de su nieto.


Allí, olvidado hace muchos años, al igual que el viejo arado, estaba un tesoro que jamás podrá ser calculado en dinero. Abuelo y nieto perplejos, sin cruzar una mirada ni palabra. Observando aquello, a sus pies.


Diego consiguió salir de su asombro y se agachó para tocar su hallazgo. Aquello era lo más bonito que él jamás habría deseado. Era un sueño cumplido que jamás podría haber imaginado poseer. Bajo aquel viejo trasto usado en décadas atrás había una pequeña caja de madera con la tapa rota. En su interior había una locomotora, con sus vías de plástico, sus dorados vagones, pequeños pasajeros de cartón piedra. Miró a su abuelo muerto de asombro. Cerró los ojos.


Cuándo volvió a abrirlos se encontró en su habitación. Todo había sido un sueño. Pero hoy era el gran día, era su cumpleaños. Saltó de la cama sin ponerse ni las zapatillas de felpa para andar por casa. En el salón encontró a su abuelo, con una gran sonrisa y, éste, miró fijamente a la mesa de la sala. Diego la siguió y allí estaba, su sueño cumplido, su trenecito nuevo, lo que tanto había soñado tantos años y años.


Aquel día de agosto fue su mejor día, su mejor sueño realizado.




Jesús Ángel Rubio Pérez
29-abr-08

jueves, 10 de abril de 2008

Furia

El viento sopla levemente, acaricia tu alma, acaricia cada una de la palabra bella que tus labios convierten en voz. Te sorprende en un intenso sueño de realidad, a todo color, inmerso en una acuarela eterna de voluntad, de ansia por vivir, por seguir, por ser feliz. La distancia fue la culpable de que conociera cada uno de estos matices de tú vida, de tú sueño realizado; aunque no como desearías.. Injusta realidad, no queda otra cosa que agarrarla y aceptar lo que te quiere dar, lo poco que regala.

Todo el trazo que nos separa se difumina en suspiros de letras, distancia que no existe cuándo se que estás aquí, junto a mí, limpiándome el llanto, abrazándome en la lejanía, agarrando mi alma al oeste de mi soledad.

No se bien quien eres, solamente se que me abriste tú alma y abrazaste la mía cuándo más lo necesitaba. Pintaste un arco iris en mi sonrisa que de nuevo vuelve a la vida, injusta pero nuestra.

Que el juego de azar que nos hizo encontrarnos, no nos separe; que ese río de cartas que es la vida, no lleve al fin la nuestra en común.

martes, 8 de abril de 2008

El comienzo del fin

Muerto ya todo rastro de vida en mi ser, comienza el comienzo del fin. Todo principio tiene su final. A llegado la hora de bajar para siempre el telón y romper con el papel que me hicieron interpretar, o eso dijeron.

La soledad es la única espectadora para esta última función. El frió recorre la tarima. La tensión agota el ánimo y la fría brisa de la agonía acaricia mi rostro dejándole gotas de sudor heladas. Las agujas del reloj se han detenido, comienza el espectáculo. El último espectáculo. El grandioso final a puertas cerradas. Oscuridad, bienvenida al espectáculo.

Tras leer entre lineas en mi cabeza todo llega a su fin. La tela rojiza tapa mis ojos, aplausos en mi corazón. Todo ha terminado y es momento de preparar mi siguiente gran función.

El show debe continuar.