lunes, 2 de marzo de 2009

Noche de agosto


Mi espalda estaba empapada de sudor. Las sábanas, contagiadas, goteaban en mi boca lágrimas de placer. El amor que fluía por mis venas no me dejaba salir de mi estado de shock.

Por la ventana aun se filtraban los últimos rayos de sol del día. La cama desecha, mi testigo silencioso. Y el agua en la ducha rompiendo el silencio. Esa era la estampa. Ojalá fuese una eterna estampa, que no pasara el tiempo, que no se moviera el reloj, que no pasara ni un segundo más; que la vida se repitiera eternamente en estos segundos de placer.

La puerta del baño se abrió. Una mano me invitó de nuevo al deseo. Acepté.

Las sabanas se convirtieron nuevamente en mi piel. Solo eramos uno en esa cama. Un movimiento, otro. Eternos, contagiosos, tan deseables. Una estufa humana sobre el colchón. Tan solo una persona, dos unidas.

Fuera el calor seguía axfisiando. Daba igual. Este que tenía en esta habitación era tan apetecible.

Y entonces despierto. En el baño el sonido de la ducha. Se abre la puerta, una mano me invita al placer. Acepto. Un bucle eterno. Soy feliz.

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