jueves, 5 de febrero de 2009

El paseo de las sombras

La niebla ascendía del río en esta madrugada. El frío era insoportable, se colaba por cualquier hueco, entre los botones de mi abrigo, por las mangas, por las heridas abiertas de mi pecho, directo a mi corazón.

Las farolas daban a luz a sombras de mis miedos de ayer y, a lo lejos, la sombra del gran astro, que hace tanto que se apagó, que no distingo día y noche.

El humo de la naturaleza recorría todo el camino, las sombras me perseguían al doble de mi veloz lentitud. No veo más allá de mi nariz, no tengo donde ir, ¿qué me importa?

Los látigos de malos momentos han abierto miles de heridas por todo mi cuerpo, no lo soporto más, grito en silencio, nadie escucha. No veo ningún motivo para gastar mi último susurro de voz en un grito de puro dolor.

Las sombras que antes acariciaban, ahora se han convertido en asesinos a sueldo, sus puñaladas me ahogan, no puedo respirar. Y a mi alrededor esa maldita niebla no me deja de atormentar.

Quiero gritar, pero no hay nadie. No puedo permitírmelo.

A lo lejos sigue la sombra del gran astro. No se si estoy ciego o prefiero no ver. No hay salidas, ni tampoco las quiero buscar.

En este paseo de sombras no me queda más que caminar al encuentro de mi dulce muerte sin sabor, mi destierro de los caminantes, unirme a la oscuridad del mundo.

Sigue la niebla, pero yo ya no estoy. Simplemente soy una sombra más.

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