miércoles, 11 de febrero de 2009

Fresas, champán y drogas con nata


La noche estaba empezando a levantarme dolor de cabeza. Estaba seguro que las burbujas iban a estar presentes mañana al despertar, o quizá las tres pastillas que las acompañaron. Me iban a dar un mal día.

Las luces del local hace tiempo que estaban apagadas, pero yo aun veía los focos cegándome y sentía cada uno de las vibraciones del altavoz con su músicas mezcladas de década en década. El suelo no paraba de agitarme en una espiral de recuerdos inventados y un futuro ya pasado.

Después de 5 horas sin parar, de un lugar para otro, hablando con cada uno de los invitados, no veía por ningún lado la manera de escapar para poder quitarme el cinturón, que se había convertido en una serpiente demasiado cara que me abrazaba mortalmente el alma. Y además estaba la maldita habitación que no paraba de girar. Esto acabaría volviéndome loco si no me acostaba, me daba igual despertar o no, pero necesitaba descansar y apartarme de este bullicio de gente sin vida que no paraba de bailar y conspirar sobre un futuro demasiado lejano.

Mis pies no cesaban de pedir clemencia y un descanso prolongado, pero mis zapatos no paraban de moverse de un lugar para otro, ocupándome de sí aun quedaba champán entre hielos. Esto se iba a alargar demasiado y yo necesitaba que terminara. No podía escapar. No podía aguantar ni un segundo más.

De repente todo se nubló. Noté como mis pies se separaban del suelo y mi cabeza golpeaba contra el sucio suelo. Ya todo me daba igual. Por fin un segundo de relax, me daba igual no levantarme en una eternidad.

Y así fue, con un dulce sabor de fresas y natas me escapé a un descanso eterno, rodeado de un inmenso ruido, compartido con el silencio, del que no podría escapar jamás. Aun así, me apetecía otra copita de champán.

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